sábado, 25 de junio de 2011

Semanita

En los días pasados hubo de todo en la vida de esta humilde servidora. Problemas de insomnio, migrañas a causa de no dormir bien, pero gracias a esto, buenos detalles por parte de las amigas (gracias por eso). También hubo trámites escolares por fin de cursos y por la búsqueda de nuevas oportunidades para Andrea: fotos, certificado médico, llenar formatos, esperar turnos, y el deseo de que logre su propósito. Lo mejor de todo fue la graduación. Una meta cumplida, un pasito más en la corta vida de mi hermosa hija, fue un corre, corre, ese día, que comenzó con análisis clínicos para mí (todavía traigo un moretón verde en mi brazo izquierdo), luego la ceremonia en Expoforum, seguida de más trámites escolares en la Casa de la Cultura, una deliciosa comida más tarde, que por poco acababa en tragedia para mí, porque olvidé la cámara fotográfica en el restaurante y tuvimos que volver después de haber llegado a casa. Ese día acabó en concierto con la Filarmónica. Por otro lado, la semana laboral concluyó con una comida, (que se agradece mucho), pero tal como yo lo supuse, al menos para mí, no fue de mucha convivencia; sería el lugar, sería la comida, sería yo y mis marañas mentales que no me dejaron pasarla tan bien. No lo disfruté, simple y sencillamente no lo disfruté, a veces pasa… y no es culpa de nadie más, pero me molesta, porque yo esperaba ansiosa el viernes, esperaba esa comida con muchas ganas, procuré que todo se acomodara para estar ahí sin pendientes, pero las cosas no resultaron como a mí me hubieran gustado, y me desilusioné… me quedé con un vacío. Quizás hubiera sido mejor tomarme esa pastilla para que me levantara el ánimo, aunque no tuviera con quien portarme mal. Ya en casa cené un poco de mole que yo había preparado, y que honestamente estaba más rico que todo lo que probé en la tarde, y me conformé con ver en la pantalla al “Rusky”, o mejor dicho al “Oleg Yasikov”.